No sé porqué después de tanto tiempo se me dió por escribir sobre aquello que me ocurrió hace 35 años. Quizás fue la "Radio Despertador" clavada en la "Radio Pública" que me despertó sin la menor oportunidad de dejar pasar un minuto sin recordar qué día es hoy. quizás también haya tenido que ver esta predisposición anímica generada por los tiempos que corren... No lo sé.
Pero la cuestión es que me puse a escribir y lo hice casi toda la mañana, y resultó lo que, a continuación, podrán leer (si tienen ganas y tiempo y no se aburren).
Les contaré lo que me pasó hace casi 35 años, y como bien digo, contaré. Y contar algo que ocurrió tanto tiempo atrás, no puede sino, salir en forma casi, de un cuento:
35 años…. Ya pasaron 35 años…
Tras aquel 24 de Marzo, no pasaría demasiado tiempo para que vinieran a buscarme. Fue un 14 de Octubre de 1976 y permanecí “a disposición” hasta Diciembre de ese mismo año.
Mi primer destino fue la ESMA. Apenas llegué (encapuchado), me bajaron del Falcon y tuve que descender por una escalera donde, a poco de comenzar a hacerlo una luz intensísima, probablemente, un reflector de gran potencia, te daba en la cara atravesando la capucha.
De allí, a una salita sentado en un banquito, se me ordena quitarme la ropa que tenía puesta (uniforme de marinero- estaba haciendo el servicio militar) y que me ponga otra que ellos me proveyeron: Un pantalón de corderoy marrón sin bragueta y una camisa celeste, de esas de naylon que no se planchaban y que se secaban en un segundo. Cumplido el requerimiento, un primer interrogatorio:
-“A partir de ahora, no te llamás más Néstor Gorini, ahora sos el 531. Cuando escuches ese número, respondés. A ver, milico, dígame una cosa…”
- “Si”, dice yo, y primer golpecito:
- “Te dije que sos el 531, que no sos más Néstor Gorini ni nada. Y que sólo responderías cuando escucharas 531”
- “Si señor, comprendido”, fue mi respuesta de milico.
- “Nosotros sabemos todo de vos ( y era verdad, digo yo). Militabas en el Centro de Estudiantes de Medicina, en la Fede… “
- “Si, correcto”. Y otro golpecito:
- “¿Quién te dijo que hables?, ¿quien dijo 531? Así van a andar las cosas mal…!!! ¿No entendés vos?... Te pregunté si no entendés…?
- “Es que no escuché que se refiriera al 531”- fue mi respuesta.
- Ah!!! Te hacés el vivo? Quién más hay acá sino nosotros dos?
- No sé, estoy encapuchado y no veo nada. Supongo que hay uno más que es el que me pega en la panza.
Este breve diálogo parece que torció el sentido que llevaba el interrogatorio. Cambió el tono de mi carcelero y me dijo: “Ya sabemos todo: donde estudiás, donde vas a jugar a la pelota paleta, etc… Ahora quiero que me digas cuándo te incorporaste a la ORGA”
Confieso con absoluta sinceridad, nunca había escuchado esa palabra y, en el fragor del interrogatorio, no pude darme cuenta a lo que hacía referencia ese apócope. Ante mi sostenida respuesta de ignorar que era la ORGA y, ante la sostenida insistencia de mi interrogador de decir que yo me había incorporado a la misma, situación en la cual no llegábamos a ningún entendimiento, decidió darme una tregua.
-“Mirá… Ahora te vas a ir a descansar un rato… pensá bien… pensá bien en lo que te pregunté… Así va a ser más fácil, me entendés? Ah!!! Y pensá bien si conocés a Mancini, te voy a preguntar por él, también. LLévenlo!!!”
Ahí comienza una caminata por lo que se sentía como un pasillo, a cuyos laterales se abrían puertas de donde emanaba olor a alcohol, a enfermería… ese olor a hospital que todavía me acompaña, no sé si porque trabajo en un hospital o porque quedé sensibilizado.
En un momento se escuchan cadenas, como las que va arrastrando un engrilletado, y nos topamos con él: “Guardia… dejenmé, guardia… Basta!!!...” Sus palabras sonaban como a súplica y lamento, indudablemente las pronunciaba el dolor.
Me corren hacia un lado y seguimos caminando, mientras escuchaba a esas cadenas continuar alejándose detrás de mi. El iba hacia los cuartitos, las salas de interrogatorio; yo iba a “La Capucha”. Supongo que así le decían, porque estábamos todos encapuchados.
Era como un altillo. Sin embargo, no recuerdo haber subido nada, ni pendiente ni escalera como para llegar a un altillo cuando - como decía al principio de este relato-, tras descender del Falcon, me hicieron bajar una escalera. En fin… Un detalle que nunca pude explicarme.
Me ingresan a la Capucha y tengo que caminarla de punta a punta, pues dispusieron ubicarme en el extremo opuesto a la entrada. Allí me tiran sobre un piso de cemento, ponen un ventilador echando viento sobre mi espalda y me recuerdan: “Sos 531, no te olvides”. Se van.
Tirado en el piso, mientras me debatía en si intentar o no retirarme la capucha que tenía puesta, recordé a mi abuelo Emilio, varias veces encarcelado por cuestiones políticas ( Fresco, Barceló, Perón), quién en numerosas ocasiones me había contado sus experiencias como detenido: “De entrada nunca son brutales. Lo primero que hacen es encerrarte, y tratar de debilitarte: No te dejan dormir, no te dan agua ni comida, no te permiten ir al baño, te tiran agua fría cuando lograste dormir algo… ”
Mientras recordaba aquellos relatos podía escuchar que tanto desde mi derecha como desde mi izquierda, desde cerca y desde más lejos, se escuchaban voces, muchas con tono de lamento, que decían: “Guardia… Guardia…” Eran muchas, eran muchas las distintas voces que escuchaba y lo que me permitió tener una primera idea concreta de que yo no estaba allí sólo. Antes, el tener por identificación el 531 me estaba dando una pauta, pero las voces no me exigían elucubración alguna: Éramos muchos…
Como buen varón, y con el frío a mis espaldas por el viento de aquel ventilador, me dieron ganas de orinar y no se me ocurrió mejor idea que gritar: “Guardia!!!... Guardia!!!” Lo cual implicó una casi inmediata patada proveniente de mi flanco derecho que, al unísono se acompañó de: “Pa’ que gritás si estoy aquí al lado…!!!”
- Quiero orinar, Guardia.
- A ver, esperá que voy a buscar el balde… Acá está, pelá y meá.
Acato la indicación y cuando empiezo a orinar, saz!!! Otro golpe: “Embocala boludo!!! Estás meando fuera del balde!!! Te voy a hacer limpiar a vos, boludo!!!”
- “Es que no veo nada”, repliqué.
Termino de orinar y me quise mandar una avivada: “Quiere que limpie lo que ensucié, Guardia?” Es que persistía en mí, el irrefrenable deseo de levantarme la capucha y ver qué y quiénes eran los que me rodeaban. Silencio absoluto como respuesta; de fondo las voces seguían: “Guardia… Guardia… gurdia….”
Entendí que debía estudiar más la situación antes de intentar algo como eso, y proseguí recordando las experiencias de mi abuelo Emilio. Y cumplí con la primera: “No deben cansarme, hay que descansar”, y me puse a dormir.
Estaba intentándolo cuando alguien me apoya la mano en un hombro, me sacude suavemente y, con voz femenina me dice:
-“Tomá, es un sándwich y un poco de caldo.”
- “No gracias, no tengo hambre.”
-“Tomate el caldo y guardate el sándwich. No te creas que vas a poder comer todos los días…”
Un consejo que me recordaba a los de mi abuelo. Me tomé el caldo, me guardé el sándwich en un bolsillo del pantalón de corderoy desbraguetado, y me puse a dormir, con aquel coro persistente de: “Guardia… Guardia… guardia…”
No sé cuánto tiempo habrá transcurrido, no sé cuánto habré logrado dormir. Pero sí sé que como entresueños me parecía escuchar: “531!!! 531!!! Quién carajo es 531!!!”
- “Yo”, respondí, sin saber que se aproximaban los momentos que más me impactarían, y de los que “nunca más” podré olvidarme, están “grabados en la memoria”.
No lo había notado, pero alguien estaba a mis espaldas y me ordena arrodillarme. Cumplo y siento que me sujeta de los hombros y me ponen bien derecho, como de frente a algo. De inmediato, toma mi capucha por ambos lados y pregunta:
-“Estás listo?”.
- “Si, para qué..?”, pregunté yo.
“NO, vos no boludo, a él le digo.”
Yo ni siquiera sabía que había un “él” delante de mí, cosa que me sorprendió pues me agarraron durmiendo y “tan de pechito” me habían puesto, que pensé que me iban a fusilar… Pero, de repente, la mayor sorpresa: Me levantan la capucha!!!
¿Cuánto habrá sido? ¿Cuánto tiempo estuve sin capucha? Un segundo, diez, un minuto? No lo recuerdo, pero tengo el recuerdo “fotográfico” de todo el panorama y muchos detalles de aquel escenario.
Frente a mi había un peladito medio pelirrojo, rubión, con una cámara fotográfica con flash quien mientras me apuntaba tratando de hacer foco me pedía que mire a su lente. Pero el instinto y la curiosidad parece que fueron más fuertes y me llevaron a intentar un “escaneo”, un paneo de todo aquel escenario.
A mi derecha, a unos tres o cuatro metros, observé a un infante de marina, uniforme que reconocí en forma indubitable dado que yo me encontraba haciendo el servicio Militar en la Marina. Estaba parado, con sus piernas separadas y con los brazos cruzados sobre un Garand Beretta que colgaba de su cuello y apoyaba casi a la altura de su abdomen. Miraba hacia adelante o sea, hacia mi izquierda. De allí provenían las voces que decían insistentemente “Guardia… guardia…”
Instintivamente dirigí mi mirada hacia donde él lo hacía, por lo que tuve que pasarla por sobre “mi fotógrafo” quien permanecía en su empeñada misión de “hacer foco”. Superada su figura pude ver lo que nadie hubiera querido jamás ver: decenas de personas tiradas en el piso, con sus pies hacia el centro del pasillo y sus cabezas hacia la pared de la izquierda. Casi todos ellos encapuchados y, alguno que otro, con una bolsa que llegaba casi hasta sus cinturas.
Impactado e inmovilizado por la escena, fui sorprendido por un brusco movimiento que le fue forzado a mi cuello y mi cabeza, direccionando mi rostro hacia aquel lente fotográfico. Me cegó un inmediato y posterior “fogonazo” expelido por el flash. Mientras trataba de recuperarme de la “cegazón” del flash, se bajó bruscamente mi capucha y no pude ver nada más.
Pero ¿qué más quería ver? Ya lo había visto todo!!! ¿Qué duda cabía? Eran los desaparecidos!!! ¿Quiénes estarían allí…?
Comentario al margen: Lo “maravilloso” de todo esto– si se me permite este término bajo estas circunstancias que relato- , es lo mágico. Digo mágico pues salvo una o dos oportunidades, jamás pude ver nada. Sin embargo, bastaron esos instantes para poder reconstruir casi con perfección milimétrica en mi imaginación, qué y cómo era lo que me rodeaba, todo. Esos milisegundos se te quedan en la retina para siempre y el resto de los sentidos parece permitirte una reconstrucción casi holográfica del escenario y sus actores.
Caigo a mi lugar en el piso, con los ojos abiertos, la cabeza encapuchada, pero viendo aquella imagen en forma persistente. No recuerdo si respiraba, era una situación muy rara, como de estar suspendido en el tiempo…
No sé cuando me volví a quedar dormido. Me desperté y recordé aquel sándwich que tenía guardado en mi bolsillo. Lo saqué y lo comencé a comer, previa recomendación del Guardia de no hacerme el vivo, y pretender espiar por debajo de la capucha. “Qué buena idea!!! No la había pensado”, me dije a mi mismo. Y comencé a morder el sándwich intentando hiperextender mi cuello y espiar por los huequitos que dejaba la capucha apoyada sobre mi nariz. Uno de esos intentos fue percibido como tal por el Guardia y eso me significó el final de la cena y una “reprimenda”. Convencido de que cualquier intento en idéntico sentido iba a culminar de igual forma, decidí quedarme tranquilo en el piso, con el ventilador a mis espaldas y pensando… Envuelto en pensamientos cuyos tenores no recuerdo, fui sorprendido, nuevamente, por un grito: “531!!! 531!!!”
- Si, respondí.
- Vamos, es hora de su interrogatorio.
Me hace poner de pié y comienzan a guiarme -tomándome de uno de mis brazos esposados al frente-, y desanduvimos aquel pasillo central de la “Capucha”, camino a las salas de interrogatorio.
Llegamos a una de esas salas y me sientan en un banquito. Allí permanezco unos minutos, creyéndome en absoluta soledad, pero no era así. Alguien había fente a mi en el más absoluto de los silencios. No había logrado escuchar nada de él, ni su respiración, ni la panza le había hecho algún ruido delator hasta que, repentinamente, aquella misma voz que me dio la “bienvenida” a la ESMA dijo:
Y? Recordaste lo de la Orga…?
No conozco qué es la orga, fue mi respuesta.
No te hagas el vivo que nosotros sabemos de vos absolutamente todo.
No lo dudo, eso ya me lo dijeron en Puerto Belgrano cuando me reclutaron.
Entonces? Me vas a decir o no con quienes estás en la Orga…?
Ya le dije, no sé a qué se refiere cuando me dice la Orga…?
Mirá pibe… Nosotros sabemos perfectamente que desde 1973 comenzaste a militar en la Juventud Comunista y el el Centro de Estudiantes de Medicina de La Plata. Y que el año pasado te pasaste a la clandestinidad.
Yo a la clandestinidad? Qué tan clasdestino puedo ser si seguí estudiando, jugando a la pelota paleta, viviendo en mi casa… De qué clandestinidad me habla? Si , bla… bla… bla… y de repente: Flor de fierrazo en el abdomen.
-“Qué hace animal!!! Quién carajo le dijo que empezara!!!” Se escuchó así la voz de mi interrogador hacia quien tampoco me había percatado que estaba, pero que me asestó ese golpe posicionado a mi derecha.
- Raje de acá!!! Obviamente, yo no me moví; no sólo porque la orden fue dada en el mismo tono que antes (tono dirigido a quien me golpeó), sino porque no me imaginaba para donde podía llegar yo a rajar. Así que me quedé sentado en el banquito y acompañado sólo por el “interrogador bueno”.
- Mirá pibe… No te rompas en ocultarnos las cosas porque nosotros ya sabemos todo. Nosotros te preguntamos, solamente, para que nos confirmes las cosas… Decime pibe: Conocés a Mancini?
- Hum…. Creo que sí, que lo conozco. Me habla de la Facultad?
-Si, de Medicina.
- Si, creo que sí, que alguna vez lo ví pero… es más mucho grande que yo, que está en el ciclo clínico. No tengo mucho trato con él.
- Ahá… Y el está en la Orga con vos, no?
- Pero dale con la Orga!!! No le dije que no sé a qué se refiere. Si sabe todo como dicen y no me va a creer lo que le digo ¿Para qué mierda me pregunta?!!!
No lo podía creer. Es más, cuando recuerdo aquella escena me doy cuenta de lo inconsciente que era… ¿Cómo iba a gritarle yo a mi interrogador? Indudablemente, más que inconsciente era un loco…
- Si, nosotros sabemos todo de vos y de Mancini y los otros. Cuando fue que pasaste a la Juventud Guevarista?
- A la Juventud Guevarista? No, entonces no saben nada…
- Si, a la Juventud Guevarista. Y por eso ya el año pasado dejaste de ir por el Centro de Estudiantes.
- Mire, dejé de ir al centro de estudiantes por varias razones: Una porque la militancia me había quitado tiempo y había mermado mi rendimiento como estudiante y bajé el promedio de 9,50 que tenía. Y además, porque ya me estaba cansando del Informe del Comité Central, del Centralismo Democrático y de las “Madre Patria”. Ya estaba un poco cansado de no poder expresar mi punto de vista y tener que recibir, grabar y transmitir como si fuese un grabador.
- Pará, pará de hablar…. Vos te crees que me vas a engañar? Por más que hables, nosotros ya sabemos todo… Porqué no colaborás y reconocés que estás en la Orga? Mirá que si no la cosa se va a poner más dura, eh…? Te explico: Conocés a Elisa Triana?
- Si, claro que la conozco. Quién no conoce a la Gorda?
- Bueno, ella nos contó todo, sabés?
(Un alto en el relato. Con el tiempo me llamó mucho la atención tomar conocimiento que Elisa Triana fuera secuestrada recién, unos 10 días luego de lo fuera yo… La secuestraron junto a su marido (Salas) y, creo, que de su hijito. Nunca se supo nada más de ninguno de ellos, creo). Volvamos al diálogo:
- Qué es todo? Basura les contó? Yo nunca estuve en la Juventud Guevarista y no sé ni me imagino qué es la Orga…
Y, de repente, me percaté qué significaba ese apócope pero, qué hacía, decía “Ah!!! Ahora me doy cuenta de lo que es la orga…”. No, no podía decir nada de eso. Tenía que seguir con mi discurso que, hasta el momento, había sido absolutamente sincero y creo que, como tal, sonaba. Pero ahora tenía que actuar y temía que se empiece a notar algo… Qué hacer? La cuestión es que había hecho silencio e interrumpido mi discurso… Decidí no retomarlo pues si no sería evidente que algo en mis pensamientos me había “trabucado”.
Llamativamente, del otro lado también hubo un breve silencio hasta que escuché:
- Mirá pibe. Vos eras boleta y te salvaste por un pelito. Vas a salir en libertad pero fijate bien lo que hacés porque te vamos a estar vigilando, sabés?
Yo no lo podía creer. Cómo en libertad? Yo tenía que recibir más golpes, más picana, más torturas. Cómo me iban dejar en libertad?
Y entonces, recordé a mi abuelo: “LO jodido es cuando no te llevan al calabozo ni te torturan, porque allí es cuando te pegan un tiro y dicen que fue “en combate”. Es calro, no tenés ni un rasguño y sólo tenés un tiro o dos. Así mataban a los compañeros en la época de Fresco, m{as que nada a los anarquistas del sindicato de panaderos. Es que eran muy bravos y, si sabían que había algún comisario o alguien que torturaba, ellos lo hacían sonar. Con ellos no se podía jorobar mucho…”
Me asusté. Quiere decir que yo estoy en condiciones de morir en un enfrentamiento!!! “No, mire… yo no quiero que se queden con la duda porque si no voy a estar también yo con dudas y no voy a poder vivir tranquilo pues se pueden volver a equivocar… No quiere que me quede unos días más y charlamos así, como ahora, y va a ver que no me piso en nada y va a poder corroborar que lo que le digo es cierto. Yo no dejé la Fede para pasar a la clandestinidad; dejé la militancia para poder estudiar y porque ya no estaba muy a gusto “recibiendo informes”.
Estoy recordando todo esto y no puedo explicarme de donde salió todo lo que me salió. Que loco!!!
La cuestión es que se acabó el interrogatorio y manda a devolverme a la “capucha” por lo que, mientras alguien volvía a tomarme del brazo para guiarme, yo insistía a mi interrogador que no se apurará en liberarme, que yo igual no tenía nada que hacer porque estaba haciendo el Servicio Militar. Pero fui a dar a la capucha.
Creí que mi liberación o mi ejecución iba a ser inmediata y, cuanto más pasaba el tiempo, en mis pensamientos más se alejaba la posibilidad de la primera y percibía más concreta a la segunda. Entre pensamientos, me dormí. Creo que muy poco tiempo pues desperté sobresaltado por una nueva patada: “Pará de roncar, animal. Roncás como una bestia!!!”
Así fui despertado, brutalmente, y mientras parecía rondar en mi cabeza la idea de la inminente ejecución por lo cual, parece que me sobresalté y habré intentado algún movimiento raro o pararme, lo que hizo que quien allí estaba me agarrase fuete y me dijera:”Quedate tranquilo que ya te vamos a largar. Estamos cenando, termina el partido y te llevamos. Seguí durmiendo… PERO NO RONQUES QUE NO SE ESCUCHA AL RELATOR!!!
No volví a dormirme. Creo que allí comenzó a instalarse en mi los primeros atisbos de temor, y que se irían acrecentando a medida de que nuevos indicios de mi inminente liberación se iban dando.
Así es que cuando terminó el partido de futbol, el triple pitazo del árbitro parecía que anunciaba junto al del partido, mi final, el comienzo de mi final.
Ni qué decir cuando una persona cuya voz no reconocí, me tomó de un brazo y me dijo: “Vamos, te vamos a largar…”
Se produjo en ese preciso momento algo que me reprocho hasta el día de hoy y no logro consuelo. Ensimismado con mi temor de ser “muerto en enfrentamiento”, no presté atención ni pude memorizar a los gritos de los compañeros que, allí detenidos, al escuchar que me liberarían, comenzaron a gritar sus nombres, a pedir que avise a sus familias, números de teléfonos… Qué egoísta!!! Cómo podía pensar sólo en mi? Ni que decir cuando uno grita: Sonaste, te trasladan, te van a tirar al río!!! Cómo te llamás? Silencio de mi parte, mientras caminado salía de la capucha en una marcha que, por lo menos hoy, percibo hecha tambaleándome de un lado al otro; no sé bien cómo fue.
Me subieron a un coche. En el asiento trasero y del lado del acompañante, dejando la puerta abierta. Al rato, se acerca una persona y me pregunta: “Qué número sos?” .
- 531, dije yo.
- Ah!!! Así te traigo tus cosas.
- Si, por favor. Porque me sacaron el uniforme y si vuelvo sin él, voy a tener graves problemas.
Silencio… Yo quería espiar el escenario pero no sabía que tan arriesgado era. “Mejor no lo intento”, me dije.
De repente, alguien abre una puerta y se sienta en el asiento del acompañante y escucho el inconfundible ruido que hace una pistola cuando se tira de la corredera para montar el proyectil. Luego escucho que retira el cargador y comienza a sacar las balas del mismo. Tras ello, se escucha el ruido de las balas con las que parecía estar jugando, pasándolas de una mano a la otra. En eso estaba el acompañante, cuando sube quien parecería ser el conductor del vehículo y lo increpa: “Dejate de joder… Mirá pibe, ahora te vamos a liberar pero quiero que sepas que nosotros sólo cumplimos órdenes, que no tenemos nada contra los zurdos. Te lo digo porque si algún día llegan a ser gobierno, no se la agarren con nuestras familias….Te repito: Nosotros sólo cumplimos órdenes”
Qué bárbaro!!! Nuevamente mi abuelo en el recuerdo. El me había contado que en época de Uribiru, estando detenido junto a varios anarcosindicalistas, vió como se preparaba el asesinato del represor Rosasco. Tras conocerse la muerte de Rosasco, los carceleros se acercaban a los presos políticos y les pedían por ellos y por sus familias, Se confesaban muy de acuerdo con sus ideas, pero que ellos sólo cumplían órdenes. Esas actitudes confirmaban el éxito de la misión de eliminar a Rosasco.
Y mis captores/liberadores no hacían más que repetir aquellas palabras de mi abuelo. Yo me sentía como personificándolo a él…
Estábamos en esto cuando se acerca una tercera persona y me dice: aquí están tus cosas. Qué tenías? Le volví a mencionar lo del uniforme, y le diecj que en la gorra había guardado unos pesos y que en el pantalón tenía un paquete de cigarrillos y los documentos. Pues bien: Me quedaron sólo los documentos pero, en una gentil acción, me dieron unas monedas para el micro (Si a mí, de uniforme, me llevaban gratis!!!).
Se pone en marcha el coche, pero previamente, me piden que me quite la capucha y que mantenga mis ojos bien cerrados. Mientras hago lo indicado, me ponen un antifaz como el que usan algunos para dormir en lugares iluminados: Seguía sin ver nada.
El coche adquiere gran velocidad, y luego de unos minutos, se detiene en un sitio sumamente silencioso. Recibo la indicación de abrir la puerta, bajarme y comenzar a caminar hacia atrás, sin darme vuelta por nada. Abro la puerta, bajo mi pié derecho y al apoyarlo siento que piso pasto, inconfundible. Esto es un descampado, me dije. Y apenas apoyé el otro pié, di un paso rápido y me “zambullí de cabeza” hacia la parte posterior del coche, como protegiéndome de las balas que podían llegar a disparar quienes permanecían en los asientos delanteros.
Resultado de la maniobra: Me abrí la cabeza pues dí un cocazo sobre el pavimento. Se escuchó poner un cambio, y ví como el Dodge 1500 rojo se alejaba por aquella calle de un barrio de San Isidro.
Y hasta aquí el relato. Tal cual me fue saliendo desde que me levanté, de corrido y que me llevó toda la mañana. Debería ponerme a revisar y corregir, pero no, que quede así que, seguramente, podrá transmitir con mayor naturalidad, lo que viví hace 35 años.
La historia no termina aquí. Me quedan tres meses de “desaparecido”. Blanqueado como vivo, pero sin destino cierto o conocido por mi familia, sin tener comunicación directa con nadie y girando desde Baires hasta Puerto Madryn y Península de Valdéz, por tierra y por agua.
Pero esa, esa es otra historia que me pondré a escribir si a alguien le interesa.
Y en una frase que puede parece humor negro, pero que para nada tiene ese sentido, sino tan sólo, el de recordarlos con una sonrisa: Mis afectos y recuerdos a quienes no pudieron contar su cuento.
Juicio y Castigo. Nunca Más.
Néstor